Uno muchas veces no ve cosas demasiado obvias, o algunas insignificantes las convierte en importantísimas. A veces nos ciegan las expectativas y sueños. Queremos algo y contrastamos lo que esperamos con lo que tenemos frente a nuestros ojos, y aunque a primera vista creemos estar comparando dos cosas iguales, con el tiempo distinguimos mejor los detalles importantes que terminan clasificando las cosas en lugares distintos.
¿Es o no es? ¿Espero o no espero? Tal vez el problema no son los demás, sino las ganas desenfrenadas de encontrar aquello que queremos y de intentar reparar o disfrazar lo que no es para convertirlo en un objeto de deseo. Son estas mismas ganas las que nos hacen esperar lo inesperable, quedarnos más de lo necesario en un lugar, en una situación, sostener por más del tiempo necesario aquello que no es para nosotros, creer que pertenecemos a un lugar que no está hecho para nosotros, estar en un mundo que nunca cambiará por nosotros, esperando que la magia suceda, que los planetas se alineen y los fuegos artificiales aparezcan. Esperar está a la altura del asignar un ser al no ser.
Perdemos el tiempo y las oportunidades que son realmente importantes en juegos, enredos y expectativas. Sería más fácil asumir que los sueños que tenemos en la cabeza son utópicos; reconocer que todos somos cara y cruz, luz y oscuridad, lo bueno y lo malo, y que incluso estas dos perspectivas tocarán nuestra utopía; y que esperar no tiene ningún sentido más que atrasarnos. Tal vez así lograremos seguir caminando y lo que queremos podrá encontrarnos.
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